En algún rincón inhóspito de mi cabeza suelen transcurrir este tipo de conversaciones:
Pequeña Moi...:
Tengo hambre. ¿Por qué nadie me da nada que comer?, ¿No se dan cuenta de que tengo hambre? Siempre pasa lo mismo, me viven dejando de lado, nadie se preocupa por mí.
Cerebro:
Callate pelotuda, estás hecha un cerdo.
Pequeña Moi...:
Pero tengo que comer algo! me duele todo, me suena la panza, mirá si me baja el azúcar y me muero.
Cerebro:
¿Y cuál es el problema?
Pequeña Moi...:
Tengo hambre!!!! Ya no soporto más! Quiero un helado, quiero un helado, quiero un helado!
Cerebro (gritando):
Cortala taradita! por tu culpa estamos como estamos, ¿no te das cuenta? Parecés una nena de 5 años pidiendo, pidiendo, pidiendo. Todo el tiempo tus caprichitos de mierda! Si no fuera por vos estaríamos mucho más lejos, pero no, hay que cargar con la pelotudita. No vivís en un termo, adaptate!
Y dejá de llorar que no es para tanto. Vos y tu sentimentalismo pendejo me tienen las pelotas llenas!
Pequeña Moi... (llorando):
No quería que te enojés, pero tengo hambre...
Cerebro:
Cortala...
Indiferencia:
Ay, ustedes dos! No pueden estar tan enfermas. Me aburren, me voy a ver Sugar Rush.